lunes, 3 de julio de 2017
martes, 11 de abril de 2017
Entrevista a Ariel Fleischer, editor de libros de bibliofilia
“Estamos atravesados
por el tiempo”
El sello Kalos publica
ediciones de bibliofilia, es decir, libros que están realizados con impresión
tipográfica, que se imprimen sobre papeles especiales de elaboración artesanal
en tiradas limitadas e ilustrados con grabados o dibujos originales. Han publicado
cuatro libros, entre los que se cuentan "Metapoemas" de Jacobo
Fijman, que reúne cinco poemas inéditos, y "Cadávares" de Néstor
Perlongher. Ariel Fleischer es su editor y conversamos con él.
¿Qué es lo que estás
haciendo?
Lo que hacemos en Ediciones Kalos es editar
libros de tiradas muy cortas, en papeles artesanales ilustrados por grabadores
y artistas plásticos argentinos con el viejo sistema tradicional de impresión.
Esto es, a la manera en que lo hacía Gutenberg: con tipografía de plomo y cuidando
la edición de la mejor manera posible.
¿Trabajás con una linotipo?
Sí, con una linotipo de 1924 junto al maestro
impresor Rubén Lapolla en su taller. Este emprendimiento ya tiene dos años y
editados cuatro libros: empezamos con uno mío que no estuvo a la venta,
seguimos con “Metapoemas” de Jacobo Fijman —con cinco poemas inéditos y un
grabado de Julieta Warman—, “Sredni Vashtar”, cuento de Saki —ilustrado por
Fernando Polito con cuatro grabados— y "Cádaveres" de Néstor
Perlongher —ilustrado por Marcelo Malagamba con cinco grabados coloreados a
mano—.
¿Se puede saber qué estás preparando para el
año que viene?
Planificamos alrededor de cinco libros, más una
serie de pequeñas plaquetas de poesía. Tenemos para publicar los primeros
poemas de Ricardo Molinari que están inéditos. Abarcan los años 1918-1921.
También algunos poemas de amor de Oliverio Girondo con grabados de Darío
Acosta, que si bien han sido ya editados, tienen muchas correcciones inéditas
que la familia de Girondo nos confió para poder hacer la edición. Publicaremos
los “Sonetos lujuriosos” de Pietro Aretino. Son composiciones eróticas que
serán ilustradas por Marisa Battellini. Estamos trabajando en una edición del
poema “La Torre Eiffel”, de Vicente Huidobro. Por último, queremos sumar una
línea de poetas jóvenes.
¿El eje va a ser la poesía?
Principalmente queremos publicar poesía. Vamos
a rescatar poetas argentinos, latinoamericanos y europeos. Sobre todo tenemos
la idea de pensar en obras que no hayan circulado mucho. De grandes autores,
sí, pero también de poetas que quizá no se les haya dado el lugar que merecen.
Por ejemplo, tenemos en vista publicar poemas de James Joyce traducidos por
Neruda que datan de la década de 1930.
Sabemos que es difícil sostener una editorial
de poesía, me imagino que si a eso se le agrega el componente de la
bibliofilia, más todavía.
Es difícil
mantener el proyecto. Las ganas están aunque las posibilidades mucho no
acompañen. Hay que hacer pre-venta y difundir a través de las presentaciones y,
desde ya, por redes sociales e internet. Tenemos una página web y una fan page. En Facebook nos pueden buscar
como Ediciones Kalos. Allí, los vamos teniendo al tanto de todo lo que hacemos.
¿La bibliofilia está en extinción?
Te puedo decir que sí y te puedo decir que no.
Si uno lo piensa en la manera tradicional en que se hacían los libros, te diría
que sí. Primero, porque a partir de 1980 empezaron a cerrar los pocos talleres
que trabajan con tipografía de plomo. Además, no hubo un trasvasamiento
generacional de los viejos impresores a las nuevas generaciones y el trabajo de
impresión artesanal se perdió. Por otra parte, los costos de editar libros de
bibliofilia son muy caros. Sin embargo, también te puedo decir que no porque,
de hecho, estamos acá, hablando nosotros de la editorial. Somos una excepción.
La idea es hacer un pequeño catálogo a lo largo de los años. Existen algunos
emprendimientos personales de grabadores o de nuevos tipógrafos que hacen su
edición gráfica. No son ediciones de bibliófilo, son más que nada libros de
artistas, pensados desde la plástica, o bien afiches con tipografía de madera o
plaquetas con textos cortos. Y es positivo y saludable que nuevas modalidades
de hacer que convergen en los que hoy se llama letterpress estén resurgiendo hoy día.
Me encantan tus libros, me siento metida en una
cápsula del tiempo cuando los toco.
La gente todavía valora el trabajo artesanal,
tener una edición bien cuidada, que pueda leer los caracteres impresos de una
manera afable, con mucho margen a los costados.
El impresor Rubén Lapolla es un mito en la
impresión tipográfica, ¿verdad?
Sí. En los años '50 se recibió de tipógrafo y
años después ingresó a trabajar en el taller de Francisco Colombo, que fue la
gran imprenta nacional, no sólo de libros de bibliofilia sino también de
ediciones comerciales desde 1922 hasta su cierre, durante los años '80. Lapolla
empezó a trabajar en ese taller en los años '60. Ganó experiencia y comenzó a
imprimir las ediciones de la Sociedad de Bibliófilos, primero en lo de Colombo,
desde 1973, y luego en su taller hasta el 2003. En 1980 fundó Artesanías Gráficas
en San Telmo con el apoyo de dos bibliófilos, Samuel C. Palui y Ernesto
Lowenstein. Tiene más de 50 años en el oficio gráfico y, sin duda, a mi
entender, ha sido el impresor que ha creado los libros más hermosos que ha dado
nuestro país.
La palabra tiempo está asociada a este tipo de
ediciones no sólo por su historia sino por el proceso de edición.
Sí, tiempo es lo que necesitamos para hacer
este tipo de libros. El libro que está en prensa ahora y sale este mes de
septiembre, "Cadáveres" de Néstor Perlongher, lo empezamos a planear
a fines del 2014. Se tardó casi 2 años para hacer 25 ejemplares. Siempre hay
desafíos: conseguir los derechos de autor, comprar los papeles artesanales
donde se va a imprimir el texto, seleccionar al artista, combinar qué y cómo se
quiere ilustrar el texto, etc. Estamos atravesados por el tiempo.
Publicado originalmente en Revista La Guacha. Año 19. Diciembre 2016. Foto de Sigfrido Quiróz.
miércoles, 29 de marzo de 2017
Sobre "El cielo una sola vez", de Dolores Etchecopar.
Poesía que no es de este mundo
Dolores Etchecopar, poeta nacida en 1956, considera a la poesía como una experiencia espiritual, al menos eso me dijo en un café de Scalabrini Ortiz y Santa Fe. Su nuevo libro (dicen las buenas lenguas que es el libro de poesía del año) “El cielo una sola vez”, escrito entre el 2010/2016 y editado por el sello Hilos, da cuenta de ello.
Las heridas están expuestas y la voluntad se transforma en un rezo que sólo la naturaleza puede atender. Hay una conexión especial con lo que la rodea (como cuando un caballo “bendice el aire”), además de una contemplación y una percepción agudizadas.
Pareciera que los poemas comulgan con el entorno. En esa comunión, por supuesto, hay belleza: un texto es mejor que el otro. Hablar bellamente es mirar con amor (“tu percibes cuando las cosas/que usamos para vivir y para reunirnos/ dan un paso secreto hacia la belleza”).
Además, éstos son poemas que traen las cosas de la muerte a las cosas de la vida (“doy a luz un vacío donde rezar”), que definen con palabras que no son de este mundo (“la respiración alcanza a mover las páginas/de otro mundo”) las cosas humanas del mundo: la muerte o la tristeza, por ejemplo.
Si en Marosa di Giorgio la naturaleza es eminentemente sexual, en Dolores Etchecopar es inequívocamente espiritual (no hay sinónimo para reemplazar la exactitud de este grafema).
Las palabras se alimentan del abismo, de la luz a través de un hueco del muro que divida la muerte de la vida, lo dicho de lo no dicho. Parecen ubicarse en el medio de un contrapunto (“con hilo negro cosió el ojo que no duerme/al ojo que me ve”), que no es otra cosa que lo que da ritmo al mundo, su motor. La idea de la herencia y del cambio están asociadas a la vida y a la muerte (no a la coyuntura política, claro está). La herencia está en lo no dicho (“la tierra tiene un secreto” ; “callar es la lengua que heredamos”; “tarde me vi nacer/y era de un vocabulario que enviaban los muertos”).
Todo lo definitivo cambia y los seres humanos nos volvemos forasteros de nuestras propias ceremonias. El orden se trastoca y hasta las sinécdoques quedan invertidas. Los que estamos vivos envejecemos y morimos en un mundo donde ya otros envejecieron y murieron (“has venido a vivir dijeron/ y todo había concluido”). Todo es flujo, es devenir, es proceso. La poeta no se resiste a esta realidad, se entrega (“tu amor es el que me fue dado” ; “cada vez el amor llega con esa pendiente/al libro que se abre y pide/que deje afuera las armas”).
De esta manera, tampoco pierde el contacto con la naturaleza interior, es decir, con los sentimientos (la muerte del padre, la distancia con la hermana, la experiencia con el amado, el nacimiento de su segunda hija). Por el contrario, los acepta.
Cuando, en un principio, abrí las páginas de El cielo una sola vez, quise intelectualizar la lectura. No funcionó. Lo que sí funcionó fue dejarse llevar. A eso los invito.
Publicado originalmente en Revista La Guacha. Año 19. Diciembre 2016.
Etiquetas:
LIBROS QUE QUEMAN
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