lunes, 3 de mayo de 2010

ENTREVISTA A EDUARDO GALEANO

EDUARDO GALEANO: Agazapado cazador de palabras


por Amalia Gieschen




Busca las palabras exactas para construir su mundo sin permitir que uno sepa quién sostiene ese mundo. En principio se desvía de mis preguntas, luego directamente dice que no tiene tiempo. Sólo media hora le concedió a quien hace más de un mes viene preparándose para poder compre-henderlo, sólo media hora a quien –él lo sabe- cruzó el río de la Plata durante toda la noche para reunirse en el concurrido café Nuevo Sportman, emocionada y sin haber dormido. Quizá el peso, la solidez y la responsabilidad de ser quien es no le permitieron cuestionarse, encontrarse desde su solidez exterior hasta su interior más dinámico. Quizás la costumbre de encontrarlo a través de sus escritos.


Es extraño, que tan chiquito y viniendo de una familia tan pero tan católica se le hayan venido ganas y le permitieran iniciarse en la militancia de izquierda y el arte.

Yo tampoco sé muy bien. Uno corre el peligro de inventar su propio pasado. No por mala fe sino porque tu memoria camina contigo y contigo cambia. Ella es tu mejor amiga, pero también una peligrosa enemiga: puede seducirte ofreciéndote lo que querés. Pero por lo que creo recordar, sí, tuve una infancia muy católica, lo que no me impedía ese misticismo de la infancia, no me impedía querer ser jugador de fútbol. Yo quería ser jugador de fútbol y santo a la vez, en toda la primera etapa. Pero jugador de fútbol no podía ser, era un pata de palo, un imposible. Y santo tampoco: no tardé mucho en darme cuenta en que tenía ciertas tendencias al pecado. La iglesia se salvó. En algún momento de mi infancia recuerdo que hasta pensé en hacerme cura. Yo creo que hay un punto de inflexión posterior, ahí, ¿será en la adolescencia?, no sé como se dan esas cosas en la vida humana... Uno empieza a descubrir todo a la vez, se te embarulla la vida y a cada uno le pasa lo que le pasa. Al morir Franco, España en una semana descubrió todo: el psicoanálisis, el marxismo, el sexo, la democracia, todo junto. Si uno tuviera una vida de varios siglos ¡qué dios nos libre y guarde! Vivir tanto haría que la vida fuera aburridísima... Probablemente estas etapas que se atropellan en los albores de la adolescencia o al principio de la adolescencia. Quizás uno pudiera vivirlas de un modo menos, más, menos... agotador [ríe] Así como vienen, vienen. Son muy incomprensibles mientras las estás viviendo. A mi se me cayó dios por un agujerito del bolsillo, tempranamente, cuando era muy chico. Empecé a buscarlo en los demás y a ejercer la militancia y la solidaridad y fue en aquel tiempo que quise ser dibujante-pintor. Se me da por ahí hoy también, hago dibujitos cada vez que puedo.


(Me distraigo pensando en la fachada de su casa, donde reelaboró pinturas indígenas mexicanas, para alegrar la entrada. Vuelvo del pensamiento al café. Aparece un chico vendiendo estampillas. Eduardo "espera", yo trato de alegrar con una sonrisa al nene.)

...Pero en aquel tiempo creía que podía hacer algo más que cartas a los amigos y dibujitos en las paredes. Tardé demasiado en advertir que no que era una falsa impresión, que había un espacio demasiado ancho y hondo, un abismo entre lo que quería y lo que podía, entre el deseo y el mundo. Ahí es que empecé a intentar con palabras, a decirme con palabras. Creo que empecé a dibujando en periódicos, muy temprano, tenía trece/catorce años. Un poco después empecé a publicar articulitos sobre pintura hasta otro de fútbol o de movimiento sindical, todo en un semanario socialista, El Sol, que generosamente abrió sus páginas a mis disparates. A partir de eso seguí intentando escribir y en eso ando. Me cuesta ahora tanto como me costó la primera vez, siento el mismo pánico que sentí la primera vez, cuando vi la hoja en blanco la hoja desnuda.


¿Por qué?

No sé por qué. Supongo que será porque no me jubilé de escritor, porque no me convertí en lo que Arguedas muy despectivamente llamaba un “escritor profesional”. Arguedas, el gran novelista peruano, el que se suicidó, el que se mató a sí mismo, el que murió de Perú. Él encarnó la tensión insoportable entre las dos culturas, era blanco en Perú, no pudo soportar esa contradicción y se mató. Decía que el despreciaba a los escritores profesionales. No decía en un sentido literal. Nadie es culpable de vivir de lo que hace con ganas y con amor. Vivo de lo que escribo y no me avergüenzo de eso. Pero lo decía en otro sentido, lo decía en referencia de quien vive la literatura como una suerte de impostura que ocupa el lugar de la vida viva y que... y que se convierte en una suerte de perpetuo artificio. Eso es lo que el llamaba un escritor profesional. Yo no soy un escritor profesional en este sentido, lo soy en el sentido de que me gano la vida escribiendo pero no en el sentido de que me crea el cuento de que por escribir estoy demostrando que fui besado por las hadas [tono irónico] cuando no me lo creo para nada nunca [murmulla]. Supongo que de ahí me viene ese temblor en las rodillas, esa inseguridad que es una prueba de que estoy de veras vivo, de que dudo, de que tengo miedo, de que escribir para mí es como el primer día, como la primera vez, un peligroso salto al vacío.


Usted dice que es escritor. Pero no es un “escritor-linotipista de palabras”.... Usted reescribe leyendas ya habladas, recupera esas voces perdidas en la memoria. Rescribe aquellas que afinan con su música, su propia voz, y las transforma en su obra. Pero no es un escritor de situaciones hilvanadas analíticamente para la construcción de una novela. Es un cuenta cuentos.

Yo hago lo que hacen todos, que es recibir de la realidad imágenes, voces, sueños, pesadillas que a la realidad devuelvo porque creo que vale la pena contagiarlas [risa] y eso es lo que hacen todos. En realidad, las fronteras que separan los diferentes géneros literarios o los modos de ficción o los documentos son bastante dudosas. Es bastante difícil establecer una frontera la realidad que es real cuando vive sus vigilias, camina por las calles, trabaja, conversa y también es real cuando duerme o cuando se hace la dormida. O sea: los sueños son parte de la realidad. Es muy difícil trazar límites. Yo trato de escribir sin ningún límite [lo dice con voz de niño, con humildad, con ternura] y lo que hago proviene de todas partes, sí, de episodios pasado que me parece que valen la pena transmitirlos, comunicarlos, perpetuarlos... leyendas, mitos, cuentos pasados o presentes de historias que me siguen a la vera de los caminos, en mis andares. Palabras que provienen de las cosas que recojo en los cafés, en las calles, del ahora que también es historia. La historia la estamos haciendo aunque no sepamos. Sí, está bien, soy un recogedor, un cazador de palabras. Las encuentro por ahí y las devuelvo a los lectores. Pero no las devuelvo como las recibí, porque sería un estafador... [traga saliva] Me cuesta mucho escribir... 10/20/30/40 veces escribo cada cosa cada texto o sea que no es fácil y a veces los textos tienen 20 paginas y a veces se reducen a un solo párrafo.


Como cuando recurre en una línea a la historia de Camila O´Gorman.
Sí, sí...ese es un caso... en el segundo tomo de Memorias del Fuego: “Ellos son dos por error que la noche corrige”. Es una línea que se refiere a una relación de amor. La historia entre Ladislao y Camila que desemboca en el fusilamiento famoso en los tiempos de Rosas. Como te decía, esa línea fue el resultado de un proceso de escritura larguísimo. Originalmente tenía 10 páginas y al final tuvo lo que merecía tener: esa sola línea. Entonces no es que sea fácil. Lo que podría ser una mera traducción, yo lo percibo y recibo como algo que esta mal formulado o formulado de un modo complejo o simplemente estúpido y que me parece que esconde alguna perla, que adentro de esa ostra hay alguna perla que vale la pena buscarla y ofrecerla. Lo mismo cuando uno traduce de un idioma a otro es recoger algo y transfigurarlo, sentirlo propio, hacerlo tuyo, hacerlo mío para poder hacerlo de los demás para poder ofrecerlo a los otros. No es muy original, porque yo creo que todo va y viene siempre. Ni siquiera los náufragos en las islas viven desprendidos de la sociedad de la que provienen y del mundo del que forman parte y de la naturaleza a la que pertenecen. Todos somos un pedacito mucho más grande que cada uno de nosotros.

Me da la sensación de que se escribe más a sí mismo hablando en Memorias del fuego que, por ejemplo, en textos testimoniales como Días y noches de amor y guerra o en la novela con cierto tinte de autobiografía generacional como lo es La canción de nosotros, donde presiento cierta impostación de su yo interior.
A mí lo que más me gusta más [me interrumpe] son El libro de los abrazos y Bocas del tiempo, donde me reconozco más. En la trilogía Memorias del fuego hay una experiencia espléndida: diez años de escritura, una experiencia de comunión con gente –la mayoría- que no conocí. Personajes de las mil historias sólo conocida de oídos, nunca tuve el gusto.... Uno descubre amigos y enemigos y los presenta a los demás [se apasiona hablando]: estos son mis amigos, estos son mis enemigos. Una manera de ver la historia de pequeños episodios que esconden alguna grandeza posible en la barriga y que no tiene nada de objetivo. Es un proceso de comunión subjetivísimo del que no me arrepiento para nada. Sí, es subjetivo, yo tomo partido, yo no soy neutral, nunca fui. Por eso tengo los dientes chuecos de los golpes que me ligué cuando era chico y moriré sin ser neutral. Yo tomo partido aunque no quiera, aunque me diga “no, no, hay que guardar distancia”. Ese es un libro en el que no guardo ninguna distancia. Y, en ese sentido, tenés razón: ahí estoy yo. Alguna vez alguien dijo que Whitman tiene el yo lleno de gente. Fijate, yo tengo algunas figuritas de barro en mi casa que simbolizan a los story teller, los cuentacuentos de Nuevo México, de lo que era México hasta que los Estados Unidos los abarcan. Las culturas de esa zona son llamadas pueblos por los indígenas, genéricamente. Se trata de una serie de culturas indígenas del desierto de Nuevo México donde es muy importante la figura del cuentacuentos. En general, ellos la modelan en cerámica para mostrarla como mujeres cuentacuentos. No son “los” sino “las”, y están llenas de gente. Es decir, son mujeres de las que brotan personitas, son cuerpos brotados, como si fueran plantas con frutos, con flores salen cabecitas manitos...

(Mira mi irremediable cara de adolescente emocionada y asiente.)

Sí, son muy lindas... de ver. Esa es la sensación que uno tiene cuando uno siente que contiene a mucha gente. ¡Pero te lo digo sin ninguna pedantería, por favor! Sin ninguna vanidad sino al revés, porque no me dejan dormir. Es bastante incómodo ¡con el ruido que hacen! No es ninguna maravilla, suele ser muy pesado tener mucha gente. Son muy “barullantes”, meten mucho lío ¡y pelean, además, entre ellos! [picardía] Pero volvamos a tu pregunta anterior, es cierto eso de que uno se identifica mucho con historias que no son de uno para poder hacerlas de otro para que se conviertan en historias de los demás. Cuando me preguntaste sobre Memorias del fuego y te empecé a contar [se apura a terminar la idea antes de que yo repregunte] y te dije son mil cuentos -tres tomos- me reí un poco. Uy, me pareció incomprensible la risa. ¡Risa de bobo! Pero me reí porque me acordé de que empecé a escribir Memorias del fuego, que yo encaré ese proyecto loco completamente absurdo, loco, imposible de realizar, de escribir la historia americana completa de norte a sur [ríe animosamente]

¿Un Bartolomé de las Casas, una Historias de Indias?
No, el contó lo que le había pasado como hicieron los cronistas de indias. La diferencia conmigo está en que él hizo esa relación de acontecimientos desde el punto de vista de las víctimas de las conquista. Fue un conquistador conquistado, como otros -no fue el único, fue el más famoso-. Yo lo que quise fue recrear en nivel literario-poético y de todo tipo una cantidad de cosas comenzando por los mitos que era, me parecía, la manera más honesta de acercarse a la realidad precolombina que antes de empezar con la historia propiamente dicha, con sus fechas y lugares, la mitóloga del origen de las personas y las cosas de las divinidades de las estrellas, de los mosquitos, de los loros. Me pareció que era una buena manera de ofrecer un vasto mural del pasado americano anterior a la llegada de europeos. La idea nació en las Islas Canarias, cuando yo había sido invitado a un Congreso de Escritores. Compartía el cuarto con Daniel Moyano. O sea que, estando con Daniel, compartiendo el cuarto con Daniel, en ese congreso de escritores nació la trilogía. Yo algo le mencioné: “ando con esta idea en la cabeza”. Lo importante es que nació allí y ahí empecé a escribir los primeros textos, empecé a garabatear lo que podría ser lo que podría haber sido, algo parecido a lo que fue.

¿Las palabras matan las cosas al nombrarlas?

No creo que las maten. Yo estoy dedicado a las palabras, soy un ¿cómo te diría? [silencio largo] Soy un servidor de las palabras, estoy a su servicio. No soy su amo, estoy a su servicio... Al servicio de las palabras que nacen de la necesidad de decir, o sea, al servicio de las palabras que no suenan personales. Al servicio de esas palabras estoy y por eso las respeto tanto y por eso las trabajo tanto, porque siento que sino las ofendo. Escribo buscando las palabras que de veras valen la pena. Yo miro la eficacia del lenguaje y reconozco su valor su legitimidad. Porque el silencio es un lenguaje y es un lenguaje muy poderoso. A veces más poderoso que las palabras. En ese sentido, mi gran maestro Juan Carlos Onetti, una vez de aquellos encuentros infinitos de cara al techo fumando tomando vino él en la cama siempre, cuando me dijo que había un proverbio chino que decía que las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio. Y el era un mentiroso. Para mí es evidente que los chinos nunca habían dicho eso, era él que lo decía. Adjudicaba a los chinos para darle prestigio a la idea...


Un poeta que organiza un festival centroamericano se la adjudica a los chinos.

Nonono; era un invento de él, un lindo invento de él. Porque es verdad y uno busca palabras mejores que el silencio porque el silencio es un lenguaje y un lenguaje infinitamente...decidor desde los tiempos del nacimiento del tiempo. Mucho antes de que las palabras existieran, el silencio ya existía y el silencio decía.


A lo mejor las palabras que no matan son las que dejan abierta una brecha...

Sí, de alguna manera hay un misterio, hay un lenguaje vivo que es imposible de definir y deja una intención de definirlo. Pero hay un misterio que hace que haya palabras abiertas y palabras cerradas. Las palabras que están de veras vivas son las palabras abiertas, las que se multiplican dentro de quien las recibe porque están abiertas y porque florecen. Palabras que contienen otras palabras.


Y distintos sentidos. En sus obras el viento deja de ser viento y se transforma en azar y en destino. La muerte es parte de la vida, el fracaso no se queda en fracaso, se abre hacia una esperanza.

Hay una frase de Marx que yo puse en la introducción de Días y noches de amor y de guerra una frase que dice “en la historia, como en la naturaleza, la podredumbre es el laboratorio de la vida” Yo he tenido un período marxista -me olvidé de contarte-, soy uno de los pocos seres humanos que ha leído El capital. No lo leí sólo sino en grupo, cuando éramos muy jovencitos. La lectura duró casi tres años. Es verdad. Antes había leído la Biblia, cuando era niño, o sea que me comí esos libros inmensos que me marcaron mucho. Estaba seguro de que esa cita introductoria pertenecía a Marx, pero no me acordaba de qué libro. Es la frase que mejor resume la dialéctica marxista, la idea de que la contradicción es el motor de la historia, idea que Marx recibió de Hegel y que desarrolló a su manera. La contradicción como un aliento de vida, como el viento de la vida. Una frase espléndida. Cuando el libro se tradujo al alemán, me refiero a Días y noches de amor y de guerra, el traductor -que era un alemán muy germánico, con un gran sentido de la responsabilidad- me preguntó de qué libro la había sacado. Se vé que no me acordaba aunque estaba seguro de que era de él. El traductor empezó a buscar la frase y, además, habló con todos las eminencias de los marxólogos-marxistas-especialistas. Le dijeron que la frase era excelente pero que no existía. Que en ningún libro de Marx estaba esa frase. Fijate vos estos viajes raros que hacen las cosas. Yo llegué a la conclusión de que la frase era de Marx pero que él se había olvidado de escribirla... Muchos años después, no hace mucho, un profesor de la Universidad de El Salvador me escribió una carta diciéndome: “me enteré de que tenés dudas sobre el origen de la frase que pusiste en la introducción, en el umbral, de Días y noches de amor y de guerra. La frase sí es de Marx y yo te voy a decir donde está: fue una frase que Marx escribió de puño y letra, al margen de la traducción francesa de El Capital y que quedó incorporada a la versión francesa, por eso los alemanes no la van a encontrar nunca, porque solo está en la versión francesa, pero la frase sí es de Marx”. Le respondí, también por carta, con un “¡qué pena!”. Me encantaba la idea de que la frase fuera de él sin que lo supiera. Esa frase, creo, resume todo. “La podredumbre es la fuente de la vida” es decir que la contradicción es la que nos mueve, la que nos mantiene vivos, tal como estamos.


Una contradicción que, aún insalvable, intentamos resolver como sea.

Se van resolviendo en síntesis sucesivas que son, a su vez, contradictorias. Menos mal que estamos ligados a la contradicción. Stalin era un tipo bastante bestia, el que decretó que la lógica lineal se aplicaba al marxismo y que había que entender todo en línea recta, ¡pasando por alto que todo lo que mueve la historia y la vida es la contradicción! En nombre del marxismo surgieron regímenes que absurdamente combinaron la contradicción como herejía. Entonces, el contradictor, el discrepante, el que no coincidía con la línea oficial del partido del gobierno stalinista que se proclamaba marxista era un hereje que merecía la hoguera. Cuando la contradicción, según Marx, es una prueba de que la vida está viva. Eso no tiene que ver con la literatura pero a la vez sí tiene que ver, porque tiene que ver con el lenguaje, con todo.


Hablando de rusos, no pude dejar de relacionarlo con dos poetas que estoy estudiando. En primer lugar con Blok, porque en un ensayo dice que la música está en la gente. Y, en segundo lugar, con Brodsky, quien dice que la memoria eterniza a la poesía y la hace de verdad estar viva. Y que la sencillez es amiga de la memoria y ha permitido que el pueblo ruso tuviera interiorizados siglos de poesía.

Es un camino al revés que, por lo menos, yo siento que es el que me gusta recorrer: el viaje de la complejidad a la sencillez y no al revés. Sobre todo porque desconfío mucho de una tradición que a uno le inspira sospechas. Hay y hubo y lamentablemente habrá intelectuales que dicen que ya que no podemos ser profundos. Proponen que seamos complicados. La idea de estos escritores es que si la gente no entiende lo que ellos escriben y que el aplauso que esperan recibir es el que reciben –el de los amigos- ¡es porque se trata de la prueba de que lo que escriben vale la pena! Vale la pena en la medida en que la verdad está reducida a una minoría de minorías, una minoría que fue elegida por Dios o por los dioses para disfrutar de esa luz a la que jamás tendrá acceso la plebe, condenada a vivir en tinieblas. Esta es una concepción regionaria y muy divorciada de la vida que está exactamente en el polo opuesto de lo que yo quisiera. Yo creo que las palabras verdaderas son las más sencillas. Yo creo en la luz de la vela. Creo en las cosas más elementales, más simples. Creo que muchas veces, para reencontrarnos con el pulso verdadero, con la electricidad de la vida, hay que desnudarla, hay que sacarle la ropa inútil que le han puesto los intelectuales para poder disfrazarla, instrumentalizarla y ponerla a su servicio. Yo creo al revés, que hay que ponerla al servicio de esas lindas energías que están ahí escondidas, debajo de tanto palabrerío y de tanto ropaje inútil. Esa es la memoria la que vale la pena perpetuar, la que resplandece la que de veras es luminosa, fulgura, fulgura en la oscuridad. A veces es un brillito de anda porque ha sido tan sofocada por el paso del tiempo y de tanta mentira acumulada...y el rescate de esa memoria vale la pena, así como creo que vale la pena el rescate de la realidad tal cual resplandece, ahora, en cualquier lado, en boca de gente que no sabe que está diciendo, cosas que valen la pena escuchar.


Todos tienen algo para decir.

Todos tenemos algo que decir, que vale la pena. Yo lo escribí en alguno de los libros, eso de que todos tenemos algo que decir a los demás, algo que merece ser por los demás celebrado o al menos perdonado. La frase preferida de mis queridos amigos de la teología de la liberación es una frase que a mi siempre me rechina a pesar de lo mucho que lo quiero, esa que dicen cuando dicen: “somos la voz de los que no tiene voz”. Yo creo que todos tenemos voz y que el problema está en que a lo largo de la histooria de la humanidad [cadenciosamente] nos hemos ido perfeccionado en el arte de lograr que la mayoría calle. El problema no es que no tengan voz, sino que estén amordazados y hasta que muchos de los posibles decidores hayan llegado a convencerse de que lo suyo no vale la pena...Que lo que vale la pena es repetir los ecos de la voz del poder, de las voces dominantes, y las voces dominantes son voces que se repiten a sí mismas y que ya tienen a esta altura bastante poco que decir. Yo creo que la verdad de la vida, la que de veras es asombrosa, incapaz de bellas locuras, es esa voz escondida ¡que está por todas partes! Que está en los niños que son magos antes de los seis/siete años (antes de que los adultos les apaguen la luz). Que está en muchas de las inscripciones de los muros. Yo soy un gran lector de muros, me la paso leyendo paredes que está en las voces perdidas, en los fragmentos, ¡en los retazos de conversación que uno escucha en las calles que está por todas partes! La suerte es tener oídos para escuchar los sonidos y ojos para ver las imágenes que valen la pena. Mientras tengamos tapones en los oídos y telarañas en los ojos no seremos capaces de descubrir la inmensa riqueza del arco iris terrestre que tiene muchísimos más colores que el arco iris del cielo. ¡Muchísimos más! Pero estamos ciegos para verlos. No podemos, estamos cegados por una larguísima tradición de machismo, de racismo, de elitismo, de militarismo, que nos ha impedido ver. Y lo mismo ocurre con las palabras que son sonidos, pero sonidos de color.


Se apaga el grabador. Sus ojos astutos y generosos me llevarán de viaje hasta la casa de una poeta inmensa, Amanda Berenguer. En el transcurso del recorrido, me firmará sus libros y hablaremos de Cortázar. Sin el grabador, sin los cassettes, se enciende el corazón del hermano Galeano. Y el mío también.





Esta entrevista es la versión sin editar de la publicada en la edición gráfica de Revista Sudestada (diciembre 2007)